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lunes, 17 de junio de 2013

En el ejercicio de la función pública, la ignorancia es corrupción…

En el ejercicio de la función pública, la ignorancia es corrupción…
La anterior expresión, proferida durante una de sus últimas intervenciones en la Asamblea Nacional, por el ya casi olvidado camarada Dr. Carlos Escarrá Malavé, estuvo dirigida a un diputado oposicionista, que arremetía bestial e infundadamente (redundante, habiéndose aclarado que provenía de un miembro de la oposición), contra Diosdado Cabello.
Tan brillante elaboración del Dr. Escarrá, viene a colación, por la relevancia que en los actuales momentos cobra el tema de la corrupción, al punto que a solicitud de nuestro Presidente Nicolás Maduro, se ha encargado al recientemente constituido Consejo de Estado, formular y recomendar políticas públicas, sobre una materia que el Presidente Maduro, no solo que considera estratégica, sino que lo es para el desarrollo nacional.
Tal decisión, lleva en sí misma un doble acto de valentía, por parte de nuestro Presidente: de un lado entiende que la corrupción es la negación misma de la revolución, por más que se vistan de rojo, quienes incurren o toleran tales actos y por el otro, entiende además, que dentro de la revolución existen “cotos cerrados” (a los cuales hizo referencia el Comandante Presidente Chávez, en su discurso que hoy conocemos como Golpe de Timón), que directa o indirectamente, mueven los hilos de inmensas e intensas redes en las que se manifiesta el poder político y/o el poder económico, y que por su omisión o complacencia, han permitido el renacimiento o fortalecimiento del fenómeno de la corrupción, todo ello, en nombre de la revolución. Por tal razón, quizás el Presidente Maduro, ha preferido activar un mecanismo constitucional, imparcial, calificado y comprometido con la revolución, que crear o ampliar la cobertura de alguno de los “cotos cerrados”, existentes. Misión difícil, pero no imposible, por tanto resultará la que se ha encomendado al Consejo de Estado, que requerirá del tiempo necesario y de la ayuda de todos cuanto creen, que la revolución es más que un modo de financiarse la dolce vita.
Dos orientaciones propongo, entre cualquieras otras que pudieren pensarse, en el análisis del tema, ambas asociadas al origen o causas del fenómeno de la corrupción, a saber: (i) Elevado deterioro o negación de los valores y principios éticos y revolucionarios, que distorsiona el concepto de lo que es público y (ii) El exceso de oportunidades de cometer el acto ilícito, debido a la ausente, tolerante, indebida o inoportuna aplicación de los controles y procedimientos creados para impedirla.
Por lo que respecta al deterioro de los valores ( independiente de que el fenómeno de la corrupción no se ha masificado en la totalidad de la administración),el fenómeno se nos presenta bajo la modalidad de la inversión de estos: se pretende hacer creer que lo público, no es lo que es de todos, sino lo que no es de nadie ; se pretende hacer creer que la solidaridad, no debe extenderse más que al corrupto y su entorno íntimo y el de sus secuaces, también se pretende hacernos creer que socialismo es facilismo y oportunidades iguales para que todos se corrompan. La lucha es entonces contra valores intrínsecos del capitalismo: la negación del bienestar colectivo y la supremacía del egoísmo y el consumismo. Por tanto, la lucha es ideológica, ergo, la construcción del hombre formado para vivir en una sociedad socialista, es la fase iniciada pero interminable, que dará garantía de la erradicación del fenómeno de la corrupción, o al menos, su manifestación en mínima escala. Pero, mientras formamos ese hombre nuevo, apto para vivir en la sociedad socialista que nos hemos comprometido construir, ¿Qué podemos o debemos hacer ahora?. Solo un muy pequeño porcentaje, en mi modesta opinión, de los problemas, desajustes y calamidades que genera el capitalismo, podrían ser superados sin la participación (real y efectiva) del pueblo. Tanto más si se trata del fenómeno de la corrupción, en que nada más y nada menos, los bienes y recursos destinados al bienestar del pueblo (a su máxima felicidad, decimos hoy), son desviados o indebidamente apropiados, por algunos de aquellos, cuya misión era precisamente hacerlos llegar, en la cantidad, calidad y oportunidad, a su único dueño: el pueblo !!. Urge entonces, la necesidad de establecer mecanismos (que contrariamente a lo que sucedía en el pasado, en que solo los denunciantes terminaban siendo los perseguidos), que garanticen un mínimo cauce a la denuncia de todo acto que menoscabe o desconozca el bienestar del pueblo, pues detrás de cada uno de tales actos, siempre se encontrará un caso de corrupción o de evidente perdida de la eficiencia-eficacia, que se exige de la función o gestión pública. Demostrada, como parece estar, la no necesidad de transferencia formal de competencias de órganos y entes públicos, al pueblo organizado, lo menos que queda es esperar un camino, donde la denuncia contra la corrupción, pueda surtir efectos.
En relación a la ausente, indebida o inoportuna aplicación de los controles y procedimientos creados para impedir la corrupción, que la multiplica (en muchos casos, deliberadamente), la respuesta está más del lado de las instituciones que conforman el Estado, que del pueblo organizado. El contrasentido, de haberse multiplicado por 10 en los últimos 20 años, las disposiciones legales destinadas a perseguir y sancionar las diferentes modalidades con que se presenta la corrupción, con la inconmensurable cantidad de recursos que se han quedado en manos de funcionarios o mafias de funcionarios o personal al servicio de la administración o de sus contratistas o proveedores, está aún lejos de resolverse. Tal contrasentido, constituye el más perfecto y mortífero caso de realimentación (lo que los especialistas denominan feedback) en nuestro país: existen los suficientes medios legales para perseguir y castigar la corrupción, pero los mecanismos de control diseñados o que deberían diseñarse para detectarla y posteriormente castigarla, no se aplican o se aplican tardíamente, lo cual genera el fenómeno de la impunidad, que a su vez alienta a los mismos o nuevos corruptos, a incursionar en el mundo de la apropiación de los recursos del pueblo.
El tratamiento de este caso, pasa necesariamente por reentender, más que redefinir lo que es la gestión pública, que en la práctica, parece haberse convertido en una gestión secreta. Las siguientes preguntas, podrían dar cuenta de ello: ¿Cuántos y cuales proyectos u obras, nuevos o mejoras sobre los servicios existentes, están previstos en el presupuesto 2013, de Ministerios, Gobernación y Alcaldía, para las comunidades de Cúpira, en el estado Miranda, o de cualquier otro pueblo de Mérida?, ¿ Sabe alguien, de que depende que algún día se concluya la construcción de la autopista Cumaná-Pto La Cruz?, ¿Sabe alguien, cual fue el costo final de la autopista Guatire-Caucagua?, ¿Sabe alguien, cuales son las localidades y cantidad de soluciones previstas en 2013, por la Gran Misión Vivienda Venezuela, cual es el ente contratante, cual es la empresa contratada, cual es el monto del contrato, que estado de avance tienen, cuando se tiene previsto ser habitadas?. Efectivamente, no tienen las comunidades conocimiento de los recursos presupuestados. Es inexistente o insuficiente, la información oficial, como tampoco se dispone de tal información en los sitios web de las instituciones, involucradas, por lo que lamentablemente sin información, el pueblo no puede gobernar. Urge por tanto, como eje transversal de toda estrategia destinada a combatir la corrupción, la suficiente y oportuna información y su difusión, por parte de quienes tienen la responsabilidad de administrar recursos públicos, direccionados al bienestar del pueblo.
Concepto que si hay que redefinir, es el de la “adscripción”, siendo harto común su utilización cuando se pretende establecer la relación de dependencia, entre una Empresa del Estado y un determinado Ministerio, por citar solo un ejemplo. No hay que llegar muy lejos, para convencerse que el término “adscripción”, guarda relación con los términos subordinación, sujeción y sometimiento. Ello, por una razón simple, la empresa adscrita, debe rendir cuenta de la gestión que realiza, al órgano a quien debe subordinación. La práctica de los últimos años, ha descontextualizado el concepto, de tal modo que abundan los casos en que el ministro de adscripción, la junta directiva de la empresa adscrita y la presidencia de la empresa adscrita, están en manos de la misma persona. Quizás ello, no sea corrupción, pero si es ausencia de transparencia, germen básico y originario de la corrupción. De pronóstico, resultan las situaciones, en que además de tal ausencia de transparencia, se presenta la deficiencia (algunas veces deliberada), que se señala a continuación.
No menos importante, pero en la misma dirección, se hace necesario, no digo intervenir, pero si revisar, la situación de “encargados temporales”, de un número importante de Unidades de Auditoría Interna o Control Interno, de órganos y entes públicos, en que lo grave no es solo que ocupan tales posiciones, sin el cumplimiento de los procedimientos de concursos de credenciales, que la Contraloría General de la Republica, dispone al efecto, sino que tales “encargados temporales”, fungen más como supervisados y “a la orden del jefe”, que verdaderos organismos dotados con la suficiente independencia, que le otorga la ley, para perseguir la corrupción, habida cuenta que que los actos por medio de los cuales se ejerce la vigilancia de la gestión no pueden estar sometidos a la aprobación, al control o a la revisión por parte de los entes sobre los cuales se ejerce la vigilancia. Despáchate y date el vuelto, dicen en mi pueblo, pero la excepción es encontrar un órgano/ente, donde no funciona así el control interno, es decir, la regla es la complacencia e indebido uso de la autoridad que la ley otorga a tales funcionarios.
Me atrevería a sugerir, que en todo organismo en que fuere detectado cualquier tipo de corrupción, sea destituido también, aquel que ocupa las funciones de Control interno, a menos que demuestre que puso en conocimiento de las autoridades (dentro del órgano/ente y a la CGR), de la existencia de las irregularidades detectadas.
Para dejar el tema hasta aquí, solo resta esperar, que el Concejo de Estado, ponga un poco de agua bendita, para que reviva la letra muerta, al menos de los artículos 129 al 134 de la vigente Ley Orgánica de la Administración Publica, destinados a poner en práctica el mecanismo de los Compromisos de Gestión, “mediante los cuales se establecen compromisos para la obtención de determinados resultados en los respectivos ámbitos de competencia (órganos y entes de la Administración Publica), así como las condiciones para su cumplimiento, como contrapartida al monto de los recursos presupuestarios asignados”. Que dudas cabe, que su implementación (ninguna vacatio legis, fue prevista en este caso), será uno de los elementos determinantes en la lucha contra la corrupción, contra la ineficacia y la ineficiencia, y sobre todo para validar cuánta razón tenía, nuestro camarada Escarrá, con la expresión con la que se titula este escrito.
La instauración del Estado de Derecho y de Justicia, tiene como pre-requisito, la lucha sin descanso contra la corrupción y sobre todo, la victoria sobre sus causas originantes y el oportuno castigo, a quienes la cometen. De otro modo, la patria libre que nos ha dejado el Comandante, se diluirá en nuestras manos, por haber dejado de ser la probidad, un instrumento de lucha.
NO PODEMOS ESPERAR QUE NUESTRA REVOLUCIÓN SEA PERFECTA, PARA CONVERTIRLA EN IRREVERSIBLE.
alexis milano/ 17Junio2013/amilanovera@ gmail.com